miércoles, 7 de mayo de 2014

Renacer

Había pasado tanto tiempo que mis recuerdos adormecidos no lograban fijar imágenes ni evocar ninguna emoción de mi pasado sentimental. Después de todo la soledad fue mi elección. Yo conocí el amor!. Se que amé y me amaron. Intensa y profundamente. No hubo un gran amor. Todos lo fueron, con las diferencias que le da la femeneidad de la mujer amada. El amor es como las flores. Cada una tiene su forma, su perfume, su suavidad, su encanto tan particular, que la hacen única. Y el amor de cada mujer lleva un sello inconfundible, que deja marcas indelebles, en los más profundo, con su nombre. Así también son las heridas, los desgarros profundos del adiós. La soledad y la angustia del día siguiente. La espera del arrepentimiento. De la mágica solución que levantará la bruma del pensamiento recurrente en el ser amado. Cómo olvidar? Cómo arrancar del pecho la opresión y la angustia?. Poco a poco. De una hora por vez, y así día a día. No pensar. No desear. Como un drogadicto en su etapa de vuelta. Y finalmente el gusto amargo de la resignación. No intentarlo nuevamente. Sin la felicidad del amor, ni los dolores de su ingratitud. Fueron demasiados los golpes que ahondaron las heridas que aquellos adióses produjeron. Con cada cicatriz iba creando una costra de frialdad y escepticismo que me protegía de volver a sentirme desolado. Y así perdí también el amor. El lento acompasar de mi corazón marcaba el ritmo de ningún amor. No más. No quería más heridas ni sufrimientos. No tenía tiempo para el desamor. Después fue un simple devenir. No hubo más pasión, ni emociones, ni esperanza.
Había pasado mucho tiempo y ... ahí estaba ella, frente a mi puerta, enviada por vaya a saber que sortilegio, pidiéndome ya no se qué cosa. Alta, delgada. Capullo de mujer nacida recién ayer de su adolescencia. Su cabello negro enmarcaba el rostro, resaltando su piel traslúcida. Sus ojos tristes de mirar profundo. El perfecto dibujo de sus labios. De cuerpo esbelto. Hermosa. Frágil. Sensual. Lastimada. Hablamos de muchas cosas sin decir nada. Creció la confianza. Quiso mitigar su dolor, compartir su pena y me contó su tristeza. Un engaño de amor. Tenía el corazón herido y su orgullo destrozado. Frágil y lastimada. Buscaba atención y comprensión. Alguien en quien confiar. Un hombro amigo para sostenerse. Fueron algunas horas de algunas tardes.
Sentada frente a mí, sin gestos, con expresión desolada, dejaba que su angustia se convirtiera en palabras, lentamente. Con el reflejo de la tenue luz de una lámpara solitaria, sus ojos brillaban como estrellas, titilando en cada parpadeo. Si algo tenía para darle era mi tiempo y mi silencio. Su confianza y su fragilidad resquebrajaron mi coraza. Y mis sentidos dormidos se hicieron eco de su dolor. Y no podía entender. No quería. Los eslabones de la cadena que la soledad construye día a día eran tantos. Estaban tan aferrados a mi alma y a mi cuerpo, que un suspiro era un dolor, un latido un sufrimiento. Suavemente y uno a uno, los eslabones perdieron su firmeza. Ella y su presencia eran el sentimiento. Su ausencia mi desazón.
Tardes interminables de espera y de frustración si no llegaba. Tardes fugaces si llegaba, y el ansia de retenerla mucho más. Tan frágil, tanta aflicción. Cómo hacer reír a esos ojos de almendra y llenarlos de ternura. Cómo hacerla volar con el pensamiento para que flotara en la luz de una nueva esperanza. Cómo hacerle entender que ya no estaba sola. Qué ansias de protegerla, de tomarla en mis brazos, acariciar su cabello, susurrarle al oído aquellas palabras que había olvidado.
Debe olvidar! Pero cómo olvidar si las heridas están sangrando!
Debe perdonar! Pero cómo perdonar si recién el olvido trae al perdón!
Es que acaso, tan joven, tan vital, tan indefensa, debía resignarse a la agonía de su dolor. Por cuánto tiempo más?
Sabía lo que la soledad puede hacerle a un espíritu consumido por la hoguera de tantas frustraciones. Los sentimientos más puros, contenidos con rabia en el olvido, pugnaban
por abrirse paso y entregarse rendidos ante la llegada de este futuro dolor. Era desesperación por contener todos aquellos gestos y palabras que le demostraran que el más frágil era yo. Que necesitaba de ella como la primera vez. Que su angustia era compartida por mi angustia de no poder decirle de la chispa que empezaba a derretir el hielo en mi alma. Y así sentí que mis antiguos dolores eran superados por el sentimiento sublime de aquello que no podía ser.
La necesidad de ser necesitado. El sentimiento noble de amar y de ser amado. Cómo decirle?
Con la pena de una revelación que me ahogaba en su verdad, le aconsejé aquello que alguna vez yo, con el ímpetu de mi adolescencia y de la soberbia de mi juventud hice, buscar una nueva esperanza, una nueva luz a pesar del fracaso, en la calidez de un nuevo amor.
Sabía que pasaría.... Creo que lo entendió.... No la volví a ver. Yo ya no era necesario. Fui un pequeño oasis que calmó su sed antes de la próxima jornada. Nunca sabrá de la nueva marca indeleble que dejó en mí, grabada con su nombre. Feliz de aquel que recibió la renacida alegría de su amor. Penas de amor que se olvidan y volverán a repetirse en la permanente búsqueda del ser amado. Búsqueda que nos da el encanto de sentirnos vivos, que orienta los pasos, y ya no lo quiero evitar.
Por el dolor que me produjo su ausencia, sé que la amé.
Ella me devolvió a la vida. Ella nunca lo sabrá.

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