miércoles, 7 de mayo de 2014

Es como volar ...

Qué delicia el volar!. Igual que en mis sueños, la sensación de la libertad del cuerpo sin ataduras que lo limiten. La perspectiva de la realidad se trastoca dando paso a una nueva dimensión que es la profundidad. En tantas ocasiones busqué esta sensación de velocidad sin límite como cuando siendo aún un adolescente me lanzaba en patineta desde lo más alto de un cerro próximo a la ciudad. Así fueron los porrazos que me dí y los retos de mi madre. Las cabalgatas en el campo en el viejo percherón que resoplaba en cada paso que daba, consciente de mi apuro por levantar vuelo. La experiencia inolvidable del vuelo en parapente con el viento pegándome en el rostro. Las ráfagas que me elevaban imprevistamente dejando un vacío en mi estómago, mi corazón con taquicardia y una cantidad de adrenalina en la sangre que seguía envenenando mi ansiedad. Las picadas en San Martín con el Fiat 1500 con doble carburador que llegaba, en las rectas y con viento a favor, a 140 Km/h. Y el maldito Peugeot 404 que siempre nos sacaba una trompa de ventaja.
Había nevado en la precordillera. Era la primer nevada tempranera de la temporada. Cómo perder la oportunidad de volar con las tablas! Con un grupo de amigos y un coche prestado por un papá condescendiente, nos fuimos en busca de la aventura. El camino de cornisa, pedregoso, con hielo y barro, era la ruta perfecta que anticipaba la emoción del deslizamiento. Era una curva muy cerrada, el auto derrapó y el guardabarro trasero derecho golpeó duramente contra una gigantesca piedra que impedía que los vehículos se precipitaran al vacío. La puerta delantera derecha se abrió y volé. Qué delicia el volar. Igual que en mis sueños, pero ... no puedo controlar mi vuelo.!! La profundidad deja de ser, para convertirse en una boca ávida que me absorbe. El golpe es tremendo. Mi cuerpo se encoge. Trato de estirarme, extiendo mis brazos y ... estoy volando. Igual que en mis sueños. Abajo, un cuerpo encogido, atado a la tierra, yace inerte.

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